martes, 22 de abril de 2008

Eduardo Romero

UN MAESTRO EN LA VIDA


A pocas horas del nacimiento de su primer nieto, Eduardo “el Gato” Romero conversó con Delta acerca de sus proyectos, sus comienzos, y de la historia y la visión de un deportista que demuestra tanta entereza en la cancha como en la vida. Es que este emblema del golf no sólo se luce en el campo de juego, sino que tiene la sabiduría de ver en este deporte “la posibilidad de ayudar más que antes”.

Lunes 24 de marzo, 18 horas. Hace dos días nació su primer nieto, y el “Gato” no puede evadir la sonrisa al mencionarlo, como tampoco puede hacerlo cada vez que piensa en su esposa Adriana y su hija Doly, siempre presentes en cada relato. Fue así como la charla cobró vida y la primer pregunta se deslizó espontáneamente.

-¿Cómo te sentis como abuelo?
-¡Bien! Es una cosa extraña, debe ser que de tanto esperarlo, cuando llegó parece que hubiera estado desde antes. Estoy muy contento, entré en el Senior Tour de Estados Unidos, y después llegó el nieto, así que estoy realmente contento, con salud más que todo, y con muchas ganas de seguir jugando al golf.

-Me imagino que empezará a jugar desde chiquito.

-Y sí, ojalá, pero lo importante de esto es no obligar a nadie; seguramente que sí,
porque lo trae en la sangre tanto por el abuelo, el padre, el bisabuelo de él -mi papá era un muy buen jugador de golf- y el tatarabuelo; todos estamos ligados al golf, pero uno nunca sabe, ¿no?

-Cuando pensás en el golf, ¿Qué te dio como persona?
-El golf me dio todo; yo siempre lo he dicho: me enseñó a hablar, a comportarme, a vestirme, y al margen de eso, me dio la posibilidad de darle una posición en la vida a mi familia; gracias al golf soy lo que soy, tengo lo que tengo, y he recorrido el mundo, pero lo importante de todo esto es que nunca me he olvidado de dónde vengo, porque a esas raíces no hay que olvidarlas nunca; por eso sigo viviendo en Villa Allende, a pesar de tener muy buenas ofertas para vivir en otro lado. Esas son cosas que hasta el día de hoy me enorgullecen, porque para nosotros Villa Allende sigue siendo un pueblo, siguen estando los mismos amigos, el mismo boliche; y cada vez que salgo afuera, tengo que volver aunque sea una semana o dos para cargarme las pilas y volver a irme. Ojalá pueda criar a mis nietos acá, porque hay una esencia muy pueblerina que se la puede ver, y eso es lo que educa, eso es lo que enseña.

-¿Fue difícil hacerse lugar en un deporte tan exclusivo?
-Sí, lo que yo tuve es que lo empecé muy tarde. A los 28 años empecé a jugar como profesional, cuando hoy a los 28 se están por retirar algunos, ¿no? Pero las posibilidades se dan cuando se tienen que dar, y bueno, mi carrera fue rápida: después de 10 años había ganado una cantidad de torneos impresionante, y de ahí me largué al extranjero, porque en el ‘89 gané el torneo Lancôme. Yo creo que, por el camino que fuera, mi vida iba a terminar con el golf -porque mi padre era profesor, mis tíos jugaban al golf- pero nunca pensé en tomarlo como medio de vida. Siempre pensé que iba a jugar con mis amigos, y de repente, vi la posibilidad de dar clases, de ganar un sueldo haciendo lo que me gustaba, y aplicando todo lo que había aprendido desde chiquito. Yo desde los ocho años estoy con una bolsa de palos en el hombro, y nunca se me ocurrió decir: “voy a ser como tal o como aquel” para llegar a algún lado. Yo creo que se fueron dando las cosas, pero con sacrificios, ¿no? Nadie te regala nada en todo esto, y pasa en todos los deportes, a todo el mundo le cuesta llegar.
Yo me acuerdo por aquellas épocas, en los años 80, cuando estábamos empezando a jugar en Salta, no teníamos ni qué comer a veces, y estábamos yo y Adriana nada más; así que decidí venir a Córdoba -cuando salí tercero en un Abierto del Centro- y ahí largué, en el año ‘83 -ya había nacido Doly, acá en el ‘81- así que ahí empezó la cosa a cambiar. Ya con más plata en el bolsillo y más ganas que otra cosa, me fui a Buenos Aires, y gané el Campeonato Argentino de Profesionales, donde tuve la suerte de encontrarme con una persona que quiso bancarme para ir al extranjero, y en el año ’83 u ‘84, empecé a viajar. Al principio fue muy difícil competir en el extranjero por el idioma, las comidas, los viajes -yo nunca había salido de villa Allende, no conocía ni Córdoba- y fue un cambio muy drástico, al que me costó adaptarme. Pero en el ‘89 pude ganar el torneo Lancôme, en donde jugamos los 20 o 30 mejores jugadores del mundo, y porque justo se enfermó uno -yo estaba en lista de espera- entré yo, y gané el torneo. Entonces eso fue lo que me permitió ganar el Olimpia de Oro, y distinciones en todo el país; y a partir de ahí gané. Luego entre el ’90 y el ‘91, gané el Abierto de Italia, el Abierto de España, el Abierto de Escocia, dos veces el Master de Europa; y ya entrando al Champions Tour, ni bien entré gané un Mayor (El US Open) en esa categoría. Recién cuando uno llega a estos momentos, se da cuenta de que había nacido para el Golf. Todos nacen para algo en la vida; lo que pasa es que hay que saber encontrar el camino.

-Y esto de ser un símbolo del golf, ¿Te cambió como persona?

-No, yo sigo siendo el mismo, tengo los mismos amigos, sigo ayudando a la gente. Tengo una fundación en la que le doy de comer a 200 chicos en Buenos Aires, también hemos mandado chicos a operar a Cuba. Son un montón de cosas que uno hace un poco para devolver todo lo que el golf y la vida me dio. Llega un momento en que uno se da cuenta de que le ha debido tanto a la vida y a la gente, que el de arriba le hace acordar: “bueno, es hora de que empecemos a devolver un poco”, y es lo que estoy haciendo, no sólo con la fundación; también ayudamos a muchos chicos a jugar, ayudé al Pato Cabrera en su carrera en sus principios, ayudé a muchos jugadores jóvenes que empezaban, y los estamos ayudando.

-¿Te acordás de tu primer gran golpe?
-Me acuerdo de mi primer torneo en Tucumán, que jugaba como aspirante al regional. Llovía una barbaridad, me acuerdo que llevaba sólo dos pantalones para una semana y tres remeras, entonces tenía que lavar los pantalones a la noche en la habitación y colgarlos para que al otro día estén limpios; y un día, en un hotel, lo pusimos cerca de una ventana para que se secara ¡y me lo robaron!. Me quedaba un solo pantalón para esa semana, así que no sabíamos cómo hacer. Son los comienzos duros que uno ha tenido, que hoy uno se acuerda y los ve divertidos, y ve que realmente han marcado un camino en la vida, son las piedras y los tropezones que tiene uno en el camino. Los caminos fáciles no conducen a ningún lado, hay que ir por el lado más difícil, por las piedras, y tropezar y volverse a levantar.

-Y ahora que llegaste tan lejos, ¿Con qué soñás?

-Por más que uno crea que haya hecho todo, creo que siempre queda algo, ¿no? Haber ganado un Mayor, siempre estuve muy cerca de ganar un torneo Mayor; no en esta categoría (Señor) -en la que ya gané uno- sino en la otra. Pero no se dio, son esas cosas que tiene la vida, y siempre te queda una espinita. Ahora puede venir una gran chance, ya casi la tuve ganada el año pasado y después perdí en el PGA de Estados Unidos -que es un torneo muy importante para nuestra categoría-; salí segundo, pero estoy jugando bien de nuevo y en cualquier momento lo puedo dar. Por eso, ahora me enfoco en los Mayor, estoy muy cerca, y eso sería lo máximo. Voy a seguir jugando hasta que se me acabe esa llama que tengo adentro.

Por Valentina Primo.