Otra vuelta al reloj
Nuevamente Argentina padece los trastornos de un cambio horario. Y no es que la sociedad se niegue al avance, o a cuidar la energía. Simplemente sucede que de un año a otro se ha cambiado dos veces el huso horario, y eso trajo aparejado múltiples consecuencias negativas y pocos cambios visibles calificados positivamente.
Y el simple hecho de adelantar el reloj –que considerando la cantidad de artefactos que indican la hora que tiene cada habitante del país, no es tan simple- no es el único eje sobre el cual se discute. El cambio del reloj biológico repercute en el organismo con síntomas como la irritación, la falta de sueño y trastornos digestivos. El cambio solar de los horarios comerciales hace que pongan el grito en el cielo aquellos comerciantes que necesitan del turismo nocturno; y a nivel político, nuevamente una decisión arbitraria no contempla el bien del todos y otra vez se reflejan las fracturas y diferencias entre dirigentes. Sólo diez del total de las provincias acataron la norma, cuestión que debilita aún más la credibilidad de la medida. Jujuy, Tucumán, San Juan, San Luis, Mendoza, Tierra del fuego y Misiones entre otras, no integran “la hora oficial” Argentina establecida por la ley 26.350.
Así, en algunas provincias, la cena es a plena luz del día. En otras, se continúa con la rutina diaria; algunos llegan tarde a trabajar y otros se levantan demasiado temprano. Este nuevo defasaje -que este año se adelantó dos meses con respecto al 2007, (el cambio el año pasado se realizó el 30 de diciembre)- es otro de los números ficticios que se manejan en nuestro País. Desde el domingo existen dos horarios, al igual que existen dos realidades: en Argentina la inflación nunca aumenta más del 4%, el ahorro energético es mayor del 2% con este tipo de medidas, los números de la bolsa no son negativos, el desempleo no tiene cifras alarmantes y los votos de las elecciones reflejan los números dignos de un sufragio limpio. El cambio del huso horario es una nueva demostración de que en Argentina, ni siquiera los números que marcan los relojes, son verdaderos.
Nuevamente Argentina padece los trastornos de un cambio horario. Y no es que la sociedad se niegue al avance, o a cuidar la energía. Simplemente sucede que de un año a otro se ha cambiado dos veces el huso horario, y eso trajo aparejado múltiples consecuencias negativas y pocos cambios visibles calificados positivamente.
Y el simple hecho de adelantar el reloj –que considerando la cantidad de artefactos que indican la hora que tiene cada habitante del país, no es tan simple- no es el único eje sobre el cual se discute. El cambio del reloj biológico repercute en el organismo con síntomas como la irritación, la falta de sueño y trastornos digestivos. El cambio solar de los horarios comerciales hace que pongan el grito en el cielo aquellos comerciantes que necesitan del turismo nocturno; y a nivel político, nuevamente una decisión arbitraria no contempla el bien del todos y otra vez se reflejan las fracturas y diferencias entre dirigentes. Sólo diez del total de las provincias acataron la norma, cuestión que debilita aún más la credibilidad de la medida. Jujuy, Tucumán, San Juan, San Luis, Mendoza, Tierra del fuego y Misiones entre otras, no integran “la hora oficial” Argentina establecida por la ley 26.350.
Así, en algunas provincias, la cena es a plena luz del día. En otras, se continúa con la rutina diaria; algunos llegan tarde a trabajar y otros se levantan demasiado temprano. Este nuevo defasaje -que este año se adelantó dos meses con respecto al 2007, (el cambio el año pasado se realizó el 30 de diciembre)- es otro de los números ficticios que se manejan en nuestro País. Desde el domingo existen dos horarios, al igual que existen dos realidades: en Argentina la inflación nunca aumenta más del 4%, el ahorro energético es mayor del 2% con este tipo de medidas, los números de la bolsa no son negativos, el desempleo no tiene cifras alarmantes y los votos de las elecciones reflejan los números dignos de un sufragio limpio. El cambio del huso horario es una nueva demostración de que en Argentina, ni siquiera los números que marcan los relojes, son verdaderos.
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