domingo, 18 de marzo de 2007

Política

América Latina en toda su extensión, ha sufrido años de inestabilidad política. En las últimas décadas, la democracia parece haber sido el sistema que acabó con estos conflictos de desequilibrio. Pero tal sistema concebido en la teoría, ha demostrado que en cada país varía según las circunstancias sociales, políticas y económicas.
En un año electoral como éste, en donde la contienda política aún no revela sus contrincantes -ni a nivel local ni a nivel nacional- se corre el velo que cubría una pregunta que logra aturdir y desestabilizar a la vez: ¿es la democracia un sistema legítimo para Argentina?


“La democracia es la tiranía de la mayoría” reza un dicho antiguo de nuestro país. El conflicto reside en este caso, en las condiciones en que esta mayoría ejerce el derecho del sufragio -pilar fundamental en un sistema democrático- y en el poder que practica la clase dirigente sobre ella.
Jürgen Habermas explica en La inclusión del otro, que la democracia participativa garantiza la práctica común a través de la cual los ciudadanos pueden alcanzar a constituirse en “sujetos políticamente responsables”. Por otra parte el rol del Estado desde siempre fue el de salvaguardar un proceso electoral que no excluya a nadie y que permita una formación de opinión y voluntad común, en donde la totalidad de los ciudadanos en libertad e igualdad puedan discernir y luchar por los intereses comunes a todos.

Pero hablar de una democracia en donde el sufragio se lleve adelante considerando tales premisas no coincide con el panorama real de Argentina. En este país las voluntades políticas se mueven por clientelismo, lobby y manipulación económica. Manipulación que se dirige sobretodo a los sectores más pobres de la sociedad en donde la línea de pobreza sería un indicador positivo ya que los alejaría de la de indigencia; en donde el índice de alfabetización es uno de los más bajos del mundo; y en donde el subempleo parece ser el triunfador de los indicadores oficiales.

Así, con el hambre y la ignorancia de los más pobres y con la ceguera y mudez de las clases con mayores posibilidades sociales, proliferan los planes trabajar, jefas y jefes de familia, en detrimento de oficios y trabajos que dignifiquen a los sectores más carenciados, y a la sociedad en todo su conjunto.

Afortunadamente, un país que se creía sumido en el letargo de un sueño muy profundo, logra levantarse abandonando el sopor de una nación para gritar ¡Basta! Tal fue el caso de Misiones, en donde Monseñor Piña, respaldado por un pueblo, evitó la reelección indefinida para el cargo de gobernador que impulsó Carlos Rovira con la indignante estrategia de subestimar a los ciudadanos ofreciendo un plan dental “en dos etapas”; la primera antes de las votaciones, y la segunda luego de su triunfo.

Este renombrado caso que hizo eco en otras provincias, podría ser el comienzo del cumplimiento de un paradigma en donde los axiomas de la democracia neoclásica vuelvan a considerar la autodeterminación ciudadana con base social autónoma.
El camino es complicado, lleno de obstáculos y de años de estructuras de pensamiento y praxis que inexorablemente condujeron a rutas opuestas a la realización democrática en toda su pureza. Es por ello que el planteo se actualiza y crece en fuerza a medida que las elecciones se aproximan.

Soberanía del consumidor Político

Otra de las cuestiones que llevan a interrogar si la democracia en su concepción original es un sistema aplicable a nuestro país, es lo que Daniel Zolo intenta cristalizar en Democracia y complejidad, en donde afirma que la encuesta de opinión reemplaza a la democracia, anticipando y privando de contenido político a la realidad y reforzando de este modo las tendencias hacia el desinterés y apatía política.

Esta marcada predisposición hacia la falta de interés de información sobre contenidos de campañas políticas, puede deberse a que la soberanía popular reflejada en esta opinión pública es opacada ante las investigaciones electrónicas de las agencias que realizan marketing político, que confirman las orientaciones de los ciudadanos con mucha anticipación, logrando de esta manera un “electorado sustituto, en contraposición de uno real”.

Siguiendo con la misma idea, el politólogo Giovanni Sartori afirma que el ciudadano es transformado en la democracia neoclásica en un “consumidor político” que compromete y desvirtúa su condición, ante las aptitudes de grupos políticos y económicos que utilizan métodos prestados de la propaganda comercial, influyendo de este modo en el proceso de formación de la voluntad política. De este modo, los derechos y deberes cívicos, se reducen a la imagen vacua que un político pueda dar de si mismo en un spot televisivo o en un afiche callejero.

Si bien el sistema democrático como tal es la forma de participación ciudadana indiscutible para las nuevas generaciones, es necesario detenerse a analizar sus fallas y mutaciones en un mundo que avanza hacia la globalización total. De este análisis depende el no repetir viejas historias, ni disfrazar los propósitos de una minoría que en lugar de representar al pueblo que los erige como gobernantes, los reduce a una masa que baila en función del “pan y circo”.
por Guadalupe Zamar Despontin

No hay comentarios: