domingo, 15 de abril de 2007

Arte

Mon
Tal titulación es una contradicción en sí misma. ¿Como lo entendería Vincent Van Gogh, que no vendió un solo cuadro en vida, y que hoy sus obras cotizan como unas de las más caras del mundo? ¿Cómo se entendería que entrar a su propio y exclusivo museo en Ámsterdam –Holanda- es más costoso que entrar al propio Louvre?

Pues bien, hablar de Vanguardia “clásica” es una forma de comprender el porqué de las vanguardias de hoy. El término comienza a formarse a partir de un grupo de artistas que condujeron la pintura Moderna. Entre ellos Claude Monet, Edouard Manet, Camilla Pizarro, Pierre A. Renoir, Paul Cezanne, Vincent Van Gogh y Paul Gauguin. Del impresionismo al Fauvismo, para luego llegar al expresionismo, y así avanzar hacia el simbolismo (Edgard Munich y su obra “el grito”), el modernismo, el expresionismo, el surrealismo y el Cubismo (Kandinsky y Pablo Picasso).
Los elementos esenciales que caracterizan a estos movimientos son la introducción de elementos innovadores respecto de las formas tradicionales o convencionales, sumado a la preocupación por la utilización de recursos que quiebren o distorsionen los sistemas más aceptados de representación o expresión artística. Esto es aplicable tanto a la pintura como al teatro (De la Guarda), la literatura (Cortazar) el cine, etc.

Básicamente estos movimientos estéticos se desarrollaron en Europa en las primeras décadas del siglo XX y allí tuvieron su época dorada; luego se expandieron al resto del mundo, principalmente América del Norte, Centroamérica y América del Sur.

Lo interesante de esta corriente estética, es que la idea de revolución contra el arte instituido que la motiva y que le da su carácter particular, es prontamente asumida por la misma institución de la que reniega. Esta asimilación es la sentencia de muerte para estos tipos de movimientos que dejan de ser innovadores, para transformarse en “clásicos”. Así, con la consumación de lo “nuevo” se abre lugar para artistas en ascenso que con el mismo propósito de sus antecesores, inician el nuevo camino en busca de lo innovador y del shock del espectador, ruta que se descubre y ensalza por unos fugaces instantes, y que pasados estos ya nada es nuevo, nada impresiona, y todo se convierte en “pasado clásico”.


Pasión y Desesperación de un precursor de la Vanguardia
Vincent Van Gogh

Este pionero de la pintura moderna, fue un autodidacta que pasó del impresionismo a ser el antecesor del movimiento expresionista.

Nació en 1853 como el primogénito de un pastor calvinista y comenzó a trabajar en la galería de arte de su tío en La Haya hasta 1876. Los viajes de negocios lo acercaron a Londres y a París, ciudades que marcaron su obra y su vida. Pintó cuadros que retrataban personas de su país, especialmente campesinos Y hacia 1885, luego de varios estudios en París, se apasionó con el trabajo de los impresionistas e incorporó un espectro de colores en su paleta que lograron una particular descomposición prismática de la Luz.

Rechazado por la ruidosa vida social parisina, se trasladó a Arles -en el sur de Francia- hacia 1888, para formar una comunidad de artistas. Allí trabó una amistad profunda con Paul Gauguin, que llevó a la locura y obsesión de Van Gogh , hasta el punto de cortarse su propia oreja luego de una discusión con su colega, para luego enviársela a una prostituta del pueblo. Por este motivo, en 1889, Vincent se interna voluntariamente en el sanatorio mental Saint Remý, en donde sufrió pesadillas y alucinaciones que lo llevaron a pintar frenéticamente, expresando en su obra agitación a través de pinceladas cortas y yuxtapuestas. Los últimos dos meses de su vida pintó 70 cuadros, y el 27 de julio de 1890, el pintor se disparó con una escopeta, y murió dos días después en los brazos de su hermano Theo.

Con el pasar del tiempo su obra sigue siendo actual, colorida y cargada de sensibilidad. Es posible quedarse horas observando sus autorretratos, que tan generosamente dejan al espectador penetrar en lo profundo de sus ojos, hasta casi sentir la locura de sus emociones.

Por Guadalupe Zamar Despontin

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