En el techo de Argentina
Partimos desde Córdoba con destino a Jujuy, sin tener la certeza de cuál sería nuestro itinerario. San Salvador nos recibió con un calor asfixiante, pero sólo paramos en la ciudad capital por algunas horas, antes de comenzar con nuestro viaje por el interior. Así, emprendimos viaje; nuestro primer destino: Tilcara.
Tilcara es un pequeño pueblo situado a pocos kilómetros de la ciudad capital. La ruta para llegar hasta este pequeño pueblo del norte argentino, es fuera de lo común. En tan solo 97 kilómetros, el paisaje cambia rotundamente de selva húmeda a desierto árido, característico de la quebrada de Humahuaca. Tilcara conserva sus calles de tierra, que cobran vida durante el mes de enero para festejar el “enero tilcareño”, una fiesta que atrae a miles de jóvenes de todo el país, quienes llegan durante el fin de semana para disfrutar de los espectáculos y las peñas folclóricas que se abren exclusivamente para estas fechas.
Nuestra primera excursión fue una caminata hasta el salto de agua llamado “la garganta del diablo”, un ascenso por un camino de montaña de 400 metros. En este lugar se puede hacer caminatas por la montaña y practicar deportes de montañismo como rapel.
En Tilcara encontramos también el Pucara, uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados de nuestro país, donde hay muchas casas, lugares para ceremonias sagradas y numerosos barrios, que denotan la forma de vida de los lugareños, que habitaban el lugar hace más de 900 años atrás.
A pocos kilómetros de allí encontramos la localidad de Purmamarca, casa del famoso Cerro de los Siete Colores, que se erige imponente por la belleza de sus colores detrás del pueblo. Recorrimos el pueblo y descubrimos un camino de montaña, una caminata de sólo 45 minutos que recorre los diferentes cerros que enmarcan el pueblo, los cuales cambian de colores del violeta al rojizo a medida que se asciende por la montaña. El paisaje de este pintoresco pueblo jujeño es imponente y deslumbrante, sumado a la paz y tranquilidad que se respiran en este lugar, y la amabilidad de sus pobladores.
Continuamos la marcha por el norte argentino hasta llegar a Humahuaca, la localidad más grande de la quebrada que lleva su nombre. Este pueblo parece detenido en el tiempo, sus calles de piedra conservan la fisonomía histórica original. Alrededor de la plaza se encuentran sus principales edificios, la municipalidad, la comisaría, la iglesia y el imponente monumento erigido en homenaje a los Héroes de la Independencia. Sus calles están colmadas de artesanos que ofrecen productos típicos de la zona, siendo lo más característico las cerámicas y las lanas de llama.
Recorriendo Humahuaca nos enteramos de un pequeño pueblo al cual se llega únicamente desde esta localidad -a pesar de ser una localidad salteña, sólo se llega desde Jujuy- llamado Iruya, ubicado al norte salteño. Esta localidad parecería estar escondida del mundo; la ruta de acceso sólo recorre 58 kilómetros, pero al ser el camino tan peligroso y complicado, un colectivo puede tardar 3 horas en recorrerlo. Allí se llega atravesando un cordón montañoso que asciende hasta casi 3000 metros de altura sobre el nivel del mar.
Este pequeño pueblo está construido sobre la ladera de la montaña de manera escalonada, de manera tal que todas las casas tienen una increíble vista hacia un cañadón por donde pasa el río que nos llevaría mas tarde a conocer San Isidro, una localidad con escasos habitantes que se autoabastecen en sus huertas y con sus animales. Este lugar esta aislado totalmente del mundo; no tiene luz eléctrica y tampoco posee ningún medio de comunicación. Para llegar hasta ahí se debe realizar una caminata de 3 horas, recorriendo 8 kilómetros río arriba por medio de las montañas, que cambian su fisonomía y sus colores a medida que se avanza. En las épocas de lluvias, los habitantes de San Isidro quedan abnegados, ya que la única forma de llegar al pueblo es caminando por el río.
De regreso a Iruya recorrimos el pueblo, que no tiene más de 8 cuadras, y regresamos a Humahuaca con una sola certeza: el norte argentino es, en resumen, la naturaleza en su máximo esplendor, respirar aire puro y disfrutar de paisajes inigualables, únicos en el mundo, sorprendiéndonos a cada paso que damos.
Por Georgina Catalano
No hay comentarios:
Publicar un comentario