domingo, 21 de octubre de 2007

Biocombustibles

Que el petróleo escasea no es novedad. Y que las guerras desatadas para obtenerlo están fracasando, tampoco. Ante tal perspectiva -estremecedora para el febril consumismo, ya que el petróleo es su condición de posibilidad- el mundo debate si los biocombustibles son la fuente de energía más conveniente para reemplazar el “oro negro”.

Los biocombustibles -es decir, combustible de origen biológico- son la alternativa energética impulsada con mayor fuerza por el presidente norteamericano George Bush, ya que, además de reemplazar al petróleo, producirían una energía limpia (no contaminante) y renovable. Los más usados son el bioetanol, que se obtiene a partir de maíz, sorgo, caña de azúcar o remolacha; y el biodiésel, que se fabrica a partir de aceites vegetales, como raps, canola, soja o jatrofa.

La generación de este tipo de combustibles -para lo cual en Argentina ya se dispone de una ley, promulgada en febrero por el presidente Néstor Kirchner- implicaría, según indica diario Clarín, una mejora en la rentabilidad, y un claro fortalecimiento patrimonial, ya que gracias a estos, la pampa húmeda valdría el doble que hace tres años.

En este sentido, Roberto Rodríguez, ex ministro de Agricultura y Abastecimiento de Brasil, relató en una entrevista realizada por el emisora Cadena 3, que esto presenta para los países tropicales una oportunidad de cambiar la civilización, ya que serán estos, por tener tierras disponibles, agua, y sol, quienes se tornarán “los surtidores del mundo”.

Sin embargo, para el sociólogo argentino Atilio Borón, convertir los alimentos en combustibles es un acto “monstruoso”, ya que significa “dar una nueva vuelta de tuerca a la alienación propia de la economía capitalista, que primero convirtió a los alimentos en mercancías y ahora los reconvierte en combustible”, según argumenta en diario Página 12. De esta manera, explica Borón, se viola la naturaleza misma de un bien y se lo convierte en uno de naturaleza totalmente distinta, acentuándose el proceso de extrañamiento del hombre con el entorno natural que hizo posible la aparición de su especie.

El pensador, profesor de la UBA y graduado en Harvard, avizora un mundo en el que “se provocaría, en aras del derroche inducido por las grandes transnacionales que lucran con ello, la lenta y silenciosa eutanasia de los pobres”, ya que la viabilidad de los biocombustibles implica practicar un genocidio, además de ser una estrategia de la Casa Blanca para debilitar la influencia de Chávez en América latina. “Por más que los discursos oficiales aseguren que no se trata de optar entre alimentos y combustibles, la realidad demuestra que esa y no otra es precisamente la alternativa: o la tierra se destina a la producción de alimentos o a la fabricación de biocombustibles”, sostiene en un artículo publicado en el Instituto Argentino de Desarrollo Económico.

Y quien sufrirá dicha carencia es el Sur, ya que ni Estados Unidos, la Unión Europea, China o la India tienen tierras disponibles para sostener al mismo tiempo un aumento de la producción de alimentos y una expansión en la producción de agroenergéticos.

Así, “la lucha contra el hambre -que padecen 2 mil millones de personas en el mundo- se verá seriamente perjudicada por la expansión de la superficie sembrada para la -producción de biocombustibles”.

Por otra parte, Atilio Borón ratifica las desmitificación de los biocombustibles, que realizó Víctor Bronstein, profesor de la Universidad de Buenos Aires. En primer lugar, no es cierto que sean una fuente de energía renovable y perenne, dado que los factores cruciales en el crecimiento de las plantas no son la luz solar, sino la disponibilidad de agua y las condiciones apropiadas del suelo. Asimismo, tampoco es verdad que no contaminan, ya que “el proceso de obtención del etanol contamina la superficie y el agua con nitratos, herbicidas, pesticidas y desechos; y el aire con aldehídos y alcoholes que son cancerígenos”. Por otra parte, es una falacia decir que se libera de la dependencia de los combustibles fósiles, ya que la producción de etanol sólo puede reemplazar un pequeño porcentaje del consumo mundial. Además, “para la producción de los bioenergéticos se requiere una utilización intensiva de maquinarias pesadas, transportes, herbicidas y pesticidas, todo lo cual supone un aumento en la utilización del petróleo y sus derivados”.

Consultado por Delta, el biólogo e integrante de la Fundación ACUDE, Federico Kopta, expresó: “Según cuál sea el modelo en que se produzcan y distribuyan los biocombustibles, su generalización puede tener un impacto muy negativo en el planeta”. En una nota publicada en el boletín de dicha fundación. Kopta señala los impactos evidentes: “la ampliación de la frontera agrícola, lo cual disminuye drásticamente la biodiversidad y genera la expulsión de los habitantes rurales; el incremento del precio de los alimentos; el agotamiento del suelo por monocultivo; y la continuidad en la concentración de poder y riquezas en manos de unos pocos, según un modelo económico en el que cada vez ‘sobra’ más gente”. Sin embargo, el biólogo manifestó que existen alternativas razonables: Por un lado, “avanzar sobre biocombustibles de segunda generación, que elaboran etanol a partir de desechos celulósicos, como restos de la industria maderera o de cosechas; y por el otro, usar cultivos perennes como la Jatropha, un árbol que prospera en lugares semiáridos, cuyas plantas pueden vivir unos 40 años, protegen al suelo y pueden ser cultivadas en unidades productivas familiares de pocas hectáreas”. Aunque poderosos intereses hayan coartado la implementación de alternativas energéticas renovables, Federico Kopta aseguró que “en Argentina las energías eólica y solar son promisorias. La energía eólica –promovida por ley nacional- funciona muy bien en la Patagonia, y en el suroeste de Córdoba. Por su parte, la energía solar es viable en la zona árida del noroeste, ya que tiene una cantidad importante de horas anuales de insolación; y la energía hidroeléctrica -que es la madre de las energías renovables en Argentina- ciertamente es una alternativa válida con un criterio racional de conservación”, afirmó el especialista.

Por Valentina Primo

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