sábado, 23 de junio de 2007

Reflexión

"La solidaridad en la finitud supone a un grupo de seres arrojados en el mundo que, más que simplemente estar allí, son solidarios unos con otros; construyendo una ética a partir de la barbarie, en respuesta al sufrimiento como un mal en común”. Así define este término -que más que un concepto es una acción- el especialista en filosofía Jaime Méndez de Alba; quien niega -citando al pensador heideggeriano Mardones - la comunión entre solidaridad y responsabilidad.

Esta des-comunión se deduce de que “la humanidad compartida del hombro con hombro, que se refleja en la compasión, contrasta con el cara a cara de la responsabilidad”; y esto es así porque al hacer justicia se busca adecuarla al sentimiento compasivo que, por cierto, jamás será suficiente. Entonces, la no-comunidad de los responsables es la verdadera fraternidad de la no-indiferencia entre sujetos adecuados a un marco jurídico y universal de la comunidad.

Gran despliegue filosófico para buscar la respuesta a una de las cuestiones menos claras de la vida en sociedad: ¿Se puede ser solidario con la responsabilidad suficiente? Frente a escenas de niños que piden limosnas mientras se despojan de sus sueños ¿Cómo reaccionar responsablemente sin callar los gritos de solidaridad?

En busca de aportes autorizados

Si la respuesta se busca en la legalidad, en nuestro país -a partir de la Carta Magna, tratados y convenios internacionales, y la normativa y jurisprudencia nacional, provincial e interamericana- se vislumbra la apelación a valores tales como la libertad, la igualdad, la solidaridad, y la dignidad de la persona humana, sustentados éstos con declaraciones, derechos, deberes, garantías y políticas especiales.

Pero como -de todos modos- la realidad suele ganarle a toda aspiración, poco de lo establecido se cumple verdaderamente: crisis económicas que profundizan la brecha entre ricos y pobres, desmoronamiento de la cultura cívica que aniquila los límites entre derechos y deberes sociales, y el eterno espejismo de un mundo mejor basado en avances científicos y técnicos, actúan como potenciales barricadas para alcanzar el ideal de igualdad y bienestar común.

Otra alternativa posible es la de escudriñar la verdad a través de la religión, donde el bien por el prójimo es uno de los ejes que permiten que la felicidad gire en el corazón de los creyentes, y por ende la solidaridad es uno de los principios básicos que constituye el motivo primario del valor social. Pero entonces ¿cómo entrelazar este imperativo con la responsabilidad ciudadana de velar por los derechos de esos otros? Dilema complejo de resolver.

Entonces las certezas cada vez se hace más difusas, y con ellas se desvanecen las acciones mismas.

Niños ricos, niños pobres

“Hay pocos privilegiados y una gran mayoría desprotegida”, resuena en los titulares de los diarios. Y es que en la Argentina de hoy la salud y la educación son puertas de ingreso a la inserción social y laboral de las personas. Pero esta carretera hacia la “buena vida”, parecería depender del potencial genético -y social- con que fueron dotados los pequeños y jóvenes.

Una gestación óptima, una lactancia prolongada, y una buena nutrición -durante toda la niñez- son entonces condiciones sine qua non para que el pequeño de hoy se grande (en varios sentidos) mañana. Sin embargo, sabemos que la gran mayoría de los infantes y adolescentes de nuestro país padece de más de una carencia, truncando su desarrollo físico, psíquico y afectivo.

UNICEF determinó (en un informe titulado "La Infancia Amenazada"), que existen siete privaciones básicas en niñez de muchos: falta de una vivienda adecuada, de saneamiento, de consumo de agua potable, de acceso a la información, de acceso a servicios de atención de salud, de educación, y –lo más alarmante- privación de acceso a los alimentos necesarios.

Y si bien a partir de la reforma de la Constitución Nacional en 1994, las normas en materia de derechos de la infancia son una obligación del Estado, la más de las veces es la sociedad misma la que responde (como puede) a la tarea de suplir alguna de estas negaciones; tal vez con un fin meramente altruista, o como respuesta a la misma necesidad de reestablecer la seguridad social que a todos nos incluye (y que muchas veces excluye).

Es entonces, cuando más allá de los alegatos morales sobre la división de responsabilidades, los ciudadanos se enfrentan a la contradicción de si ayudar a un pequeño que pide una limosna (privado ya de sus derechos básicos) lo ayudará o perjudicará en su formación como persona. ¿Es la falta de alimentos, vestimenta y demás recursos necesarios para la vida, una justificación para la falta de educación? ¿Colaborar con niños que limpian vidrios en las calles, es amparar también la deserción educativa?

Tal como se planteó al principio, es muy difícil asociar solidaridad con responsabilidad, ya que la unión segura se plantea en un marco más amplio de acción mancomunada (nacional e internacional) por la lucha de la pobreza, en manos de entes preparados y responsables de estas funciones sociales. Y de tal dificultad sólo surgen preguntas respondidas con manifiestos parciales, generando un ciclo casi vicioso que sólo lleva a más preguntas.

Vicisitudes del presente

Para Emilia Margarita Risso de Vasquez Roque junto con los de autoridad, personalidad, subsidiaridad y bien común, la solidaridad es uno de los principios de la filosofía social, y sin estos la sociedad no funciona como correctamente ni se encamina hacia su fin verdadero.

Esta autora asegura que la palabra solidaridad ha recuperado popularidad, y su connotación actual es indudablemente positiva, respondiendo (paradójicamente) a la misma globalidad que determina la necesidad de llevarla a cabo. Así afirma que “esta realidad globalizada y globalizante ha sido casi tan criticada como aplaudida en todas sus manifestaciones, y buena o mala, es verdadera y tangible; y una de sus consecuencias favorables es, precisamente, una visión más conjunta del mundo entero y un sentido de solidaridad mayor entre los hombres”.

A la par, otras voces aseguran que la participación solidaria a través de donaciones (sean grandes o pequeñas) u otro tipo de manifestaciones ciudadanas de ayuda, deben realizarse por medio de organizaciones e instituciones gubernamentales y no gubernamentales que hagan, de estas colaboraciones, fines útiles para el desarrollo de las personas carentes de un presente y futuro prósperos. Sin apelar a la anulación de la solidaridad ciudadana -lo cual sólo recrudecería aún más el problema- se pretende un asentimiento moral que no sólo piense en la bonanza inmediata del damnificado.
Por Emiliana Felizzia.

No hay comentarios: