domingo, 15 de abril de 2007

Arte

Los tiempos en donde el arte se manifestaba para un grupo selecto de entendidos, han desaparecido. La escuela Clásica de artistas que buscaban la armonía espacial de formas y de colores; o bien las representaciones realistas y figurativas, desaparecieron desde el momento en que se esbozaban las primeras vanguardias.
El estallido del color de Vincent Van Gogh, la pincelada corta y la incorporación de la luz como factor crucial en las composiciones de Claude Monet, y la creación surrealista de figuras planas de Pablo Picasso fueron antecedentes de una evolución irreversible en el campo de las artes plásticas, que traería como consecuencia las clásicas vanguardias del arte contemporáneo. En el teatro las performances, en la escultura la utilización de materiales “no convencionales”, el surgimiento de las video instalaciones y así tantos otros factores que fueron convirtiendo a las áreas artísticas, en un proceso de mixturas e hibridación que busca innovar sorprendiendo a los espectadores, y a su vez solicitando implícitamente la terminación imprescindible de su creación.

Tantos antecedentes en lugares tan remotos, para llegar al “ahora” del arte cordobés. Artistas de gran renombre, artistas ignotos, y artistas en franco proceso de ascensión eligen esta ciudad apostando una vez más a la aceptación de un público exigente pero accesible, y la no absorción de “la institución arte”.

Tal es el caso del artista Gustavo Piñero, que durante el mes de marzo expuso una muestra de “arte objeto” denominada “Hijos de las estrellas”, en el Centro Cultural España Córdoba.

Nacido en Córdoba en 1976, este joven tiene una forma de manifestar sus creaciones que llevan al genuino impacto. Sin saber desde un comienzo si sus obras pertenecen a la disciplina de la escultura -o a ningún orden-, la exposición lleva a mantener la mirada fija en cada objeto para intentar comprender cuál es la idea que se busca transmitir. Con escenas de la vida cotidiana -que de alguna manera reflejan un autorretrato- se busca impresionar desde lo lúdico al espectador, que ve encarnada en cada figura la más cruda de las miserias humanas.

Piñero afirma sentirse ante su propia obra “descarnado frente así mismo primero”, para luego presentarse “en crudo frente al público”.

Pocos destellos de esperanza se alcanzan a vislumbrar. El tintineo de las estrellas a las que se hace referencia, es difícil de percibir. Sin Embargo es cierto que la disposición de las “esculturas-objeto” remite a la idea de la amplitud de las constelaciones. Este autor afirma: “La cultura es fundamental, es el corazón de un país; la cultura debe ser libre, sin censura, porque de no ser así, a ese corazón le faltaría sangre”, y agrega que parte de nuestras miserias humanas, son las miserias de la vida cotidiana, que irradia nuestra sociedad.

A través de la mixtura de materiales, y la intervención que juega con los espacios, la escultura y la pintura, Gustavo alcanza su objetivo: “lograr la libertad, ya que es pésimo esclavizarse a un estilo y a una estética”. El artista además aseguró que la dictadura de la vanguardia que termina siendo asimilada por la institución es a lo que no le gustaría llegar, aunque reconoce que es la meta de llegada más frecuente de estos movimientos artísticos que reciben la categorización de “vanguardistas”.

Si bien su obra no se ubica dentro de arte “bello para observar” se puede percibir la seducción sutil del misterio que la circunda, a lo que se le suma la inquietante necesidad de deleitarse con lo novedoso.

Por Guadalupe Zamar Despontin

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