lunes, 16 de junio de 2008

No-lugares

Geométricos, grandilocuentes e idénticos, proliferan en las más diversas ciudades para ofrecer a sus habitantes un consumo incesante e irreflexivo. Caracterizados por su carencia de identidad, los no-lugares son el eje de un debate en el que la antropología y la arquitectura confluyen.

Los no-lugares -término acuñado por el antropólogo Marc Augé- son espacios constituidos por una amalgama de conceptos intangibles, pero que se perciben en esa experiencia tan cercana al déjà vu que se vive cada vez que se los transita. Porque para ello son creados: para transitar y consumir todo aquello que estimula la ubicua publicidad.

Deambular por un aeropuerto muchas veces se asemeja a recorrer un sitio anónimo, equiparable a cualquier otro, emplazado quizás al otro lado de la tierra, pero con idénticas características. Lugar de paso, de circulación, pero más recientemente sobretodo, lugar de consumo. Igual sucede con shopping centers, cadenas de comida rápida, hipermercados, hoteles y malls, distribuidos en los contextos más disímiles sin guardar, sin embargo, ninguna relación con ellos.

“Con lugar y no-lugar designamos, a la vez, espacios reales y la relación que mantienen esos espacios con quienes los utilizan” dice Marc Augé. Así, mientras el lugar es un espacio en el que la identidad, la relación entre sus ocupantes, y la historia común están simbolizados; el no-lugar es un espacio de circulación, de consumo y de comunicación: “un espacio en el que la gente coexiste o cohabita sin vivir junta”, sólo vinculada por una relación contractual.

El arquitecto danés Reem Koolhaas los denomina espacios basura: sus huéspedes constituyen un conjunto de inquietantes consumidores en permanente anticipación de su próxima compra. “El espacio basura pretende unificar; pero en realidad escinde”, dice el arquitecto, ya que crea comunidades, pero no de intereses comunes o de libre asociación, sino “de estadísticas idénticas”.

De esta manera, los aeropuertos -ejemplo paradigmático de estos espacios basura- se convierten en “gulags del consumo, democráticamente distribuidos por todo el globo para ofrecer a cada ciudadano las mismas oportunidades de dispersión”.

Ciertamente, la proliferación de no-lugares implica la progresiva pérdida de identidad cultural, al tiempo que nos transforma en engranajes de la maquinaria consumista global, erradicando bajo la comodidad y el placer la capacidad de pensamiento crítico. Koolhaas lo ilustra como “el interior del vientre del Gran Hermano”, en tanto estos espacios conocen todas nuestras emociones y deseos al tiempo que se apodera de nuestras sensaciones.

Así, subyace una gran pérdida a esta homogeneización del espacio, no sólo de identidad sino también de la vida misma, ya que tras el consumo irrefrenable, sólo quedan desechos. “El espacio basura será nuestra tumba: la mitad de la humanidad contamina para producir y la otra mitad contamina para consumir”, reflexiona el danés.

Por Valentina Primo

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