lunes, 19 de marzo de 2007

Educación

Tras un debate organizado por el Ministerio de Educación en todo el país, se sancionó en diciembre la nueva Ley de Educación Nacional. A pocos días del inicio de clases, ¿Mera estrategia mediática o genuino avance institucional?

La reforma judicial que disolvería el fuero federal porteño en 2004, la repatriación de los fondos de Santa Cruz -más de 500 millones de dólares-, la nueva ley de coparticipación Federal anunciada en 2004, las célebres inversiones chinas, el tren de alta velocidad… ¿Será la nueva ley de Educación Nacional –promulgada en diciembre de 2006- otra grandilocuente promesa del kirchnerismo destinada al olvido?


Su antecesora, la Ley Federal de Educación sancionada en 1993, fue una de las tantas secuelas de un modelo neoliberal cuyo Estado se abstrajo de toda labor social y cuya lógica ineludible es el principio de competitividad.

En virtud de un paradigma de descentralización financiera y administrativa, se transfirieron las escuelas nacionales a las provincias y se autonomizaron las instituciones escolares; al tiempo que se centralizó la toma de decisiones en el Poder Ejecutivo. Esta metodología contradictoria permitió, como lo explica la directora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) Guillermina Tiramonti, pautar la agenda de temas a abordar por la escuela, regular su dinámica interna –por medio de las mediciones de logro- introducir la lógica de la competencia interinstitucional –para obtener la asignación de fondos- y, sin embargo, trasladar el núcleo de responsabilidades a la base del sistema. El objetivo de la educación, en síntesis, desplazó el esfuerzo de incorporación de sectores sociales al sistema (característico del modelo de instrucción pública de 1884) por el de calidad, entendida en términos de competitividad, de recursos humanos.

Normativa oportuna

Las críticas a la Ley Federal son de vieja data. Calificada de “neoliberal”, “salvaje”, y hasta “retrógrada”, su derogación no podía sino otorgarle un ambicionado rédito político a Néstor Kirchner. Sino, resultaría difícil comprender el inusitado lanzamiento de Daniel Filmus como candidato en la Capital que acompañó la firma de la ley.

Ahora bien, ¿En qué medida la nueva legislación contribuye a superar esta flagrante crisis educativa? La ley 26.206 contiene medidas por cierto loables; por caso, la escolaridad obligatoria de 13 años en todo el país desde los 5 años y hasta la finalización de la educación secundaria, así como la creación del Instituto Nacional de Formación Docente -que garantiza la capacitación gratuita a través de toda la carrera docente- lo cual es un soporte fundamental para una labor que cada vez reclama más competencias.
Indudablemente la unificación del Sistema Educativo Nacional también plantea un gran avance, y la promesa de aumentar para el 2010 la inversión educativa hasta alcanzar el 6 por ciento del PBI, no deja de generar otra cosa que elogios.

Sin embargo, la realidad argentina provee sobradas evidencias de que las leyes pocas veces significan un genuino cambio de rumbo, sino que son un resorte necesario pero no suficiente para aportar una solución. “Hecha la ley, hecha la trampa”, dice aquella frase tristemente célebre. Y para prueba de ello, sólo basta leer las declaraciones de nuestro secretario de Educación, Eduardo Mundet, quien afirmó que no se modificará la estructura de seis años para la primaria y seis para la secundaria, ya que la normativa no lo obliga. “Su violación no tiene sanción. No obstante, hay que facilitar los medios para que se cumpla”, dijo a La Voz del Interior.
Al leer las noticias, la unificación del sistema educativo se relativiza. Por caso, el aumento del piso salarial que anunció (convenientemente para su campaña) el 19 de febrero el ministro Daniel Filmus “para todos los docentes del país” no se aplicará en Córdoba, reavivando un conflicto solucionado tras un acuerdo el año pasado entre el Gobierno y los docentes.

Por cierto, la nueva ley suscitó renovadas críticas de sectores que no se sintieron incluidos en el debate previo a la sanción, como la Iglesia –que denunció que sus aportes no fueran considerados-, y sindicatos docentes provinciales, quienes afirmaron que el debate promovido por el Gobierno “poco tiene que ver con un proceso genuino de participación”.

Más allá de la ley
Con todo, la crisis educativa que padecemos trasciende ampliamente las falencias de un modelo burocratizado y privatizado; la escuela simplemente no cumple con ninguna de sus funciones: construir conocimiento, transmitir valores, y socializar a los chicos. La licenciada Liliana González lo explicó con precisión: con docentes imposibilitados de capacitarse ante el vertiginoso avance de la tecnología, se subestima su conocimiento. “Pero una máquina no investiga por si sola, no crea, no critica. La escuela tiene que cambiar de óptica, tiene que ayudar a construir conocimientos, pensamientos críticos”. El gran fracaso de la escuela, explicó la psicopedagoga, es que no haya sabido retener esta idea del conocimiento liberador, que sin conocimiento no hay posibilidad de no ser esclavo; y los chicos hoy se preguntan para qué ir a la escuela.

“Por el lado de los valores y la socialización venimos mal también”, sentenció. El encuentro con sus pares dista de ser pacífico, sino “de mucho cuerpo a cuerpo, de mucha agresión física y verbal, de discriminación, de burla, y de humillación”. Puertas adentro encuentran televisión, computadora, y videojuegos que les depositan una agresividad que luego se canaliza con los pares.

Y para transmitir valores, parece que somos completamente ineptos. “Los valores se transmiten con el ejemplo, los docentes nos tenemos que volver a convencer que se educa más con lo que se hace que con lo que se dice”, afirmó la especialista.

Pero además de naufragar en sus metas, la escuela es reclamada hoy para otras funciones que no le competen, y que acaban ahogándola en exigencias que no puede satisfacer. Escuelas comedor, escuelas como refugios para eludir la calle, escuelas con niños “dibujados de alumnos”, como lo afirma González, porque no están en posición de alumno -esto es, no tienen el deseo de aprender-.

Formación espiritual

Lo que está en crisis hoy es la concepción misma de educación. El pensamiento utilitarista la ha rebajado a mero instrumento de inserción laboral, en entrenamiento para el mercado. Así, una sociedad que carece de lazos sociales, y sobretodo de valores que los sustenten, está perdiendo el único resorte que posibilitaba regenerarlos. Más allá de la transmisión de la cultura y los valores, primordialmente se relega la riqueza que ésta suponía para el hombre.

Saúl Taborda afirmaba que con el primado de las exigencias económicas, desaparece toda posibilidad de una formación espiritual, la cual significa “no el cumplimiento de acuerdo a un método, sino la configuración del alma del hombre: hacer fructífero el conocimiento para el crecimiento y la formación del hombre, no para su placer y satisfacción, sino para la persona espiritual que está en él”. Así, se ha cavado un abismo insalvable entre el saber y la vida, que no es otra cosa que escuchar a un niño preguntarse para qué sirve el conocimiento.

Después de todo, la educación es, para algunos, el instrumento más eficiente para domesticar la sociedad.

Por Valentina Primo

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encanto esta nota,me atrapo de principio a fin, muy bueno todo sigan de esta manera