El paradigma de la globalización enfrenta desde hace años una inocultable fisura: mientras se simula un mundo interdependiente y sin fronteras, el viejo continente levanta cada vez más murallas. La muestra fotográfica “La fortaleza Europea” es un intento por indagar este fenómeno en el que el choque cultural, la xenofobia, y el miedo tienen un mismo rostro.
“La globalización no es más que un término tramposo; una ideología prêt-à-porter (lista para usar)”, afirma el sociólogo belga Armand Mattelart. Es que esta idea de internacionalización se desmorona toda vez que la inmensa desigualdad mundial revela su endeble sustento, ya que este fenómeno parece inducirnos más a la progresiva fragmentación que a la universalización. De esta manera, mientras se pretende crear la sensación de unificación de las múltiples culturas y prácticas sociales, los Estados levantan muros.
“La globalización no es más que un término tramposo; una ideología prêt-à-porter (lista para usar)”, afirma el sociólogo belga Armand Mattelart. Es que esta idea de internacionalización se desmorona toda vez que la inmensa desigualdad mundial revela su endeble sustento, ya que este fenómeno parece inducirnos más a la progresiva fragmentación que a la universalización. De esta manera, mientras se pretende crear la sensación de unificación de las múltiples culturas y prácticas sociales, los Estados levantan muros.
Impulsada por esta inquietud, la fotógrafa cordobesa Ornella Rubioli refleja en la muestra “la fortaleza europea” los rostros de aquellos que no tienen visa para entrar en la globalización, y quedan varados en su “hueco negro”, como ella lo designa. “Me sentí identificada con esta problemática desde que viví entre inmigrantes en España y Austria -relató-, especialmente en Viena, donde la política de inmigración es aún más dura y el proceso legal para quien no pertenece a la Comunidad Europea es muy limitado. Poder charlar con ellos fue difícil, ya que para quienes se ven obligados a permanecer en la ilegalidad, el silencio es un voto seguro y la desconfianza una manera de sobrevivir”, aseveró.
Barreras legales
En un diálogo con DELTA, Kristian Henk, abogado austríaco con especialización en Derechos Humanos y Derecho Humanitario, explicó que “el concepto de migración en Austria está tan mal concebido, que produce un abuso del derecho al asilo”, ya que la forma normal de inmigrar y obtener un permiso de residencia está tan restringida que casi no se aplica. “La única gente habilitada para obtenerlo -detalló- son trabajadores clave (requeridos por una empresa), o familiares de austriacos, lo cual excluye vínculos nupciales”. Por esta razón, esta ley es muy criticada al tratar peor a esposos de austriacos que a esposos de otros países de la Comunidad Europea (que sí tienen libre acceso).
Sin embargo, el abogado relató que aún recurrir al derecho al asilo representa grandes dificultades, ya que para ello es necesario ingresar por medio de una visa, cuya solicitud es frecuentemente rechazada.
Por otra parte, la figura del refugiado consagrada en 1951 en la Convención de Ginebra, lo define como “aquel que se encuentra fuera de su país de origen debido a fundados temores de persecución por razones de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas”, excluyendo así a quienes escapan de guerras civiles o enfrentamientos armados, situación frecuente en algunos países del continente africano.
De esta manera, “la mayoría de la gente que llega no tiene derecho a refugio, pero abusan de ese régimen legal porque es la única esperanza que tienen”, explicó Henk. Los inmigrantes ingresan clandestinamente a Austria a través traficantes, que los hacen pasar la frontera externa de la zona Schengen de la Unión Europea y a partir de allí, “como el primer país al que llega el refugiado es competente exclusivamente para dar asilo o no -según las Resoluciones de Dublín de la Unión Europea- el refugiado oculta su ruta de ingreso para que su solicitud sea admitida en Austria”, expuso.
Así es como comienza un largo camino a través de detenciones, juicios y declaraciones primero -dificultadas por el desconocimiento del idioma-, para luego enfrentar el rechazo y sumirse en la clandestinidad y la desconfianza. En caso de que la solicitud de asilo sea admitida, el extranjero obtiene un carné y derecho de residencia hasta que se termine el trámite, así como derecho a un subsidio estatal, consistente en alojamiento, abastecimiento, y servicio de salud. Sin embargo, la mayoría de los procesos legales concluyen con un portazo y una orden de deportación.
La “mama” vienesa
Además de desempeñarse en la Cruz Roja Austriaca, y la Defensoría del Pueblo, Kristian Henk trabajó en Ute Bock, una asociación creada por una ex maestra a la que llaman la “mama”. Allí, se ofrece apoyo a gente que no tiene permiso de residencia, o que está esperando su deportación y ya no recibe el subsidio alimentario porque se le terminó el proceso de asilo. “Se ofrece consejo legal, diferentes talleres para favorecer la adaptación -como de alemán-, y también techo, porque la mayoría no tiene ya lugar en los campos de refugiados”, relata Kristian. Esta organización cuenta con mucho apoyo de la sociedad civil y se sustenta con donaciones. “El gobierno no colabora con la mama -afirmó el abogado- pero a su vez lo toleran, porque seguramente muchos de los que están allí tienen la orden de salir del país pendiente, y al final, al Estado le conviene que alguien se ocupe de que esta gente no muera de hambre”.
Allí, el abogado otorgaba asesoramiento legal a quienes iniciaban el proceso de pedido de asilo. Sin embargo, las contradicciones recurrentes en sus declaraciones eran un paso difícil de revertir hacia la deportación. “Mienten sobre el nombre y el país de origen, tiran los pasaportes para que no se pueda probar, y dicen que son de otra zona porque saben que la posibilidad de obtener asilo es más alta si vienen de una región determinada”, afirmó.
Así, el letrado expresó que, legalmente, lo que se hace “no tiene sentido” porque sólo se recurre a retrasar la decisión final, y, por lo tanto, prolongar el período en el que están protegidos por ley. “Es lo mismo que hacés con una persona que ya está muerta y la mantenés viva con respiración artificial -aseguró-; porque sólo hacés tiempo, y la mentira es tan obvia que no hay esperanzas de que la decisión final sea otra”. Es que quizá, para aquellos a los que sólo les queda la esperanza, un día más vale la pena.
Por Valentina Primo
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